23.09.2012
El viaje...
Y a veces las
cosas se dan de una determinada manera, de forma completamente natural, pasando
desapercibidas ante nuestros ojos.
Sumido en una
espesa neblina opaca y oscura, hurgando en mis angustias, espero el micro para
volver a Buenos Aires desde el pequeño pueblo de Villa Giardino. Dieciocho y
cincuenta llega el majestuoso Urquiza, gigante. Ningún lujo, coche semi-cama
porque es el que me deja más cercano a mi casa evitando Retiro, la villa y los
habitantes de la misma terminal. Digamos que esto no es un pro sino una contra
menos, aunque en ese momento la vuelta a Buenos Aires era poco menos que la
muerte y no había bálsamo que valga. Subo al micro, previa discusión con el
chofer que no me quería dejar subir porque llevaba más de dos bolsos, y llego a
la que debería ser mi butaca, número 26, de la mitad para atrás pero había una
persona sentada, que luego sería mi compañero de lado, pero para que no me
moleste me senté en otro asiento hasta que suba el pasajero que le correspondía
mi lugar hasta el momento. A lo mejor tenía suerte y viajaba solo. Pasaban las
terminales y yo seguía firme en mi postura. Huerta grande, La Falda, Valle
Hermoso, Cosquín, Villa Carlos Paz.
El micro ya
estaba casi lleno y canté bingo al salir de esta última localidad, siendo que
al lado mío no había nadie. Pasaron dos horas aproximadamente y llegamos a
Córdoba Capital donde subió quien tenía
el asiento que ocupaba yo, entonces sin chistar me tuve que ir a mi real
ubicación al lado de un joven que me generaba mala espina, no sé por qué.
Aprovechando un lapso que el ómnibus se mantiene detenido en Córdoba, suben los
vendedores ambulantes para vender, entre algunas chucherías regionales, alfajores y otros comestibles. Entonces el
joven, a mi lado se pone a revisar en su bolsillo, saca estropeados dos
billetes y le chista al vendedor para comprarle una caja de alfajores. En ese
momento cambió la imagen que yo tenía del muchacho y pensé: Que bien que se
acuerda de la familia y le lleva un dulce recuerdo.
Pasado un
pequeño término, salimos a la carretera y el sujeto que viajaba a mi izquierda
desembolsó su regalo comprado minutos antes y se desenfrenó a engullir los
alfajores con una angurria que pocas veces antes había visto y no se comió la
caja porque se dio cuenta que era de cartón a tiempo. Impresentable.
Avanzado el
tiempo, ya en la ruta, proyectaron la película correspondiente y yo seguía
sumido en mis acelerados pensamientos pesimistas por la gravedad que para mi
significaba la vuelta, entonces el sueño no aparecía por lo que no pude pegar
un ojo. Ya muy pasada la medianoche la gente comenzó a dormir y no tuve mejor
idea que observar el comportamiento humano durante el sueño. Todo era triste,
pero muy lejos del silencio, se escuchaban todo tipo de ronquidos, sonidos
guturales y toses. En la total oscuridad, apenas podía ver a mi acompañante
pero mi asombro aumentó al fijarme en detalle los movimientos que hacía. En
principio, si me llegaba a tocar le iba a dar un coscorrón, pero por suerte se
salvó de eso, pero bailaba, hacía movimientos tipo espásticos pero no
comunes. Pero a esta altura ya no era
una persona, era una masa informe porque estaba acurrucado como si se cubriera
de vergüenza y tapado de pies a cabeza con su campera, capucha, y una frazada
extra. Y bailaba y bailaba. Tenía auriculares y no se escuchaba para afuera,
pero seguro escuchaba reggae por la pinta. La mujer que iba del lado opuesto
del pasillo al que estaba yo que se sacó las zapatillas, se puso muy cómoda, y
que la gente se ponga cómoda, es algo que a mí me incomoda de sobremanera. Es
un momento que hay que compartir con un contingente de desconocidos. El momento
de dormir, para mi es íntimo y sagrado, pero se ve que a la gente no le importa
nada, faltaba poco para que se desnuden y empiecen a hacerse arrumacos con sus
parejas. Viejas gordas, viejos sucios. Un asco.
La higiene no
es algo que abunde y tener que pasar por el pasillo mientras uno se babea y
otro emana olor a muerte porque duerme con la boca abierta, a otro que le
cuelga la dentadura, es horrible, es un espectáculo no común y es otro (de
tantos) escenario de lo grotesco. Y nadie se da cuenta, todos duermen y exponen
sus miserias que no tenía por qué ver. Mi estado mental no me ayudaba. Cito a
la higiene porque tuve que ir al baño, estando 15 horas hiperquinético y
nervioso no iban a faltar los típicos llamados de la naturaleza después de
haber estado bebiendo una Prity Limón y una Pepsi. En el viaje tuve que ir unas
tres veces ¡¡¡Dios mío!!! Bueno, la primera vez cerca de haber subido fui al
baño, en supuestas buenas condiciones higiénicas. A medida que fueron pasando
las horas se iban acentuando las ganas de ir de nuevo, pero entre que estaba
ocupado y las pocas ganas que tenía de levantarme hacían de algo natural un
poco menos que un calvario, hasta que encontraba el momento y me resignaba si no
quería hacerme encima… Cuando entré al baño por segunda vez, mi exclamación de
horror ¡¡¡¡¡¡¡Jesús!!!!!!! ¿Dónde me mandaste? ¿Qué es este líquido que hay en
las paredes y el piso? ¿Qué flota en ese cilindro que oficia de inodoro? Lleno de
papeles tapando el drenaje y costaba embocar en ese agujero, y ahí recapacité.
La cantidad de viejos temblorosos que se levantaban en medio de la noche a
tratar de embocar con el traqueteo del micro hacían de orinar una misión casi imposible y ensuciaban todo el bañito. Guarda con tocar algo, porque todo era
un desastre, una desgracia, hasta tuve que presionar el botón para que todo lo
que flotaba vaya a parar a algún lado, fuera de la vista de los mortales. No me
gustaría ser mujer y tener que ir al baño del micro, y menos ser una vieja que a penas puede moverse. Cuando pensé “ahora me
lavo las manos” me doy cuenta que no sale agua de la canilla y puteé en cinco
idiomas pensando que los gérmenes iban a comer mi carne hasta la hora de
llegada. Por suerte tenía alcohol en gel porque entre mis aspectos de TOC tengo
mucha precaución y siempre llevo una botellita de este tónico salvador.
Conforme
pasaban las horas la gente durmiendo iba aumentando su asquerosidad hasta pedos, vómitos inclusive. Mejor ni pensar. La tercera vez que quise ir al baño, así como entré salí.
Me la tuve que aguantar, las paredes manchadas, lo que antes era un charquito,
en esta oportunidad ya era una inundación que excedía las puertas afuera del
baño. No hay palabras. Ni si quiera pude exclamar a Jesús en esta situación.
Hubiese sido sacrilegio, blasfemo. Tuve que aguantar hasta llegar a casa así me
reviente la vejiga.
Y durante mi
observación a lo lejos, vi dos adolescentes. Sus risas burlonas rompían el
concierto de sonidos humanoides. No sé si se reían de mí o de lo mismo que yo
estaba pensando pero miraban muy seguido para atrás, como si hubiera algún
comediante o si lo que estaba pasando fuera gracioso ¿”Qué podía esperar de dos
adolescentes en la famosa edad del pavo”? Pobrecitos, y esas voces entre
murmullos en tono de niño mutando a hombre. Hubiese querido matarlos. De solo
pensar lo que pasaba por sus mentes me venían imágenes de mujeres exuberantes
mostrando sus partes, autos de carrera que nunca en su vida podrían comprar, reggaetón,
wachiturros, videojuegos, cosas de adolescente insoportable con olor a hormonas
en ebullición. En fin, otro de tantos momentos agradables del viaje.
Cuando
empezaba a acostumbrarme a la ruta, escucho un ruido extrahumano y un bullicio
muy fuerte y algo así como una voz que anuncia algo que no pude entender. Creo
que dijo “Pilar”. Ahí tuve una mezcla de sensaciones, entre tristeza, ansiedad,
alegría, porque por un lado, ya no estaba muy lejos de llegar, pero de pensar que
iba a ver la zona oeste del Gran Buenos Aires en todo su decadente esplendor,
hacía que las últimas horas de viaje se hicieran eternas.
El Sol ya
mostraba sus primeros rayos y se empezó a vislumbrar el paisaje. Era domingo a la mañana, el sábado a la noche habían salido a drogarse y todo eso. Negros pegándose borrachos, a la salida del boliche de cumbia, mujeres
arañándose y tirándose de los pelos, con las polleras casi por el cuello por algún “gato”, gritos, choques, villas,
lugares miserables, asquerosos, sucio, desordenado, caótico, ruidos, trenes diesel,
colectivos llenos, otros vacíos, mucho tráfico, picadas, autos en pedazos
haciéndose los pisteros y todas las miserias más bajas, y uno a merced de todo
eso le dan ganas de llorar. Pensar que hacía pocas horas venía de aquel lugar
tan tranquilo que aunque sea la peor cosa del mundo, era ideal y así fuera una
mierda, era una mierda ideal. Tenía que estar volviendo a “mi Buenos Aires
querido” ¿A quién se le habrá ocurrido escribir semejante basura?”
El sujeto que
iba a mi lado, bajó en el camino de cintura, en el medio de la nada, con una
gran mochila colgando en sus hombros y a la nada se dirigió. En villa Luzuriaga,
Castelar o algún lado de esos. Nada garantizaba su seguridad e integridad física,
pero no era un tema que a mí me inquietara. Lo único que quería era que no esté más al
lado mío, ya habían pasado casi quince horas con esa persona.
Empecé a ver
paisajes conocidos y empecé a respirar profundo. Pocos minutos después escucho
que anuncia: “fshfcshfhscfh… Burzaco, pasajeros que descienden en Burzaco… fssfsdhsfh”,
agregándole un tono formal a la comunicación con esa voz delicada de camionero
retirado. Bueno, retiré mis bolsos y con ansiedad me dispuse a bajar, luego
llegué a mi casa después de siete meses y quince horas y un poco más de viaje,
con los huesos todos rotos y un excesivo cansancio físico, y con la mente
perturbada. Un verdadero desastre, pero por fin, estaba de vuelta.
Pensando con
más tranquilidad, todo lo que pasé, y además pagué como si hubiese viajado al
paraís. Que porquería, que lo parió. Si tuviera que volver a padecerlo, sería
para volver a Córdoba, pero sin la seguridad de que volvería a Buenos Aires.
En conclusión, ese
fue: El viaje...
persona 1: - ¡¡¡Qué lindo!!! ¿Viajaste? ¿A dónde?
persona 2: - ¿Quééééé? ¿Lindo?
Juan Pesado